2 de diciembre de 2015

En una nube

He salido a la calle a escribir este post. La habitación se ha convertido en una especie de comando de campaña, donde trabajo más que duermo.
Día sí, día no, me subo a una nube y vuelvo a creer en los hombres y en las mujeres que son buenas porque sí y felices por autodeterminación. Aquí en la ciudad me enamoro, leo, trabajo, como y ando. No acabo de entenderla ni de quererla, pero sigo irremediablemente necesitándola… engullendo sus tripas y su alma… A la sazón, me quedo sin hambre, sin tiempo y sin aire. Es entonces cuando regreso a mis nubes y bajo renovado.



Mi amiga Diana también está enamorada, y trepa nubes en avión (que así es más seguro) de Brasil a Argentina. Las nubes la llevan a su amor y la traen de vuelta, porque del amor, también hay que volver.

En las mismas calles donde escribo, leo.
Leo Días de infancia de Gorki, un regalo de mi tía Olga al que le estoy cogiendo mucho cariño. Viajó conmigo desde Málaga, donde lo recibí; hasta Lima, donde lo engullo con la misma pasión con la que mi tía me habló de él, la primera vez hace un año, allá en Venezuela. Y lo leo acá, decía, porque un libro es también el lugar en el que es leído, por eso leí Ifigenia en el patio de mi abuela y El Principito en mi habitación, aún hoy, todas las veces.
El libro es contundente, hermoso, duro en ocasiones y claro, me ha trasladado a mis propios días de infancia. Inevitable. Aleksei, su protagonista, soy yo en mi Puerto La Cruz natal, y yo soy él en Nizhni, Rusia. No hay ninguna diferencia.
En aquellos días míos, veía un anime llamado Temple-Chan, en el que una niña perdida, viajaba con sus amigos en busca de su hogar. Viajan en un globo que era empujado por una nube que pensaba y hablaba. Yo fantaseaba con que era uno de los personajes que iba subido en ese globo, Tamborín, y que en el fondo no deseaba encontrar nunca tal hogar, porque el hogar era el globo y era la nube. Y nada más.


Ahora, aquí, sentado escribiendo este post, han aparecido de repente Tamborín, Aleksei y El Principito. Han venido a sentarse a mi lado. Aquí estamos los cuatro en una plaza de Barranco, pensando juntos cada uno en su amor. Se nubla. Se oye a lo lejos el sonido de un avión, pienso en Diana subida en su nube. ¿O es un preludio? Se sigue nublando. Miro al cielo. El avión aterriza allá en Florianopolis, Diana se baja, coge sus maletas y vuelve a su vida. Sí, es un preludio. Su cielo está despejado, ya no hay nubes. También yo subiré a ese avión; también yo volveré a la vida real, tarde o temprano, en una nube.

Suelto el lápiz y me agarro fuerte del banco. Temo caerme aunque estoy sentado. La ciudad está ahora toda envuelta de gris. Comienza a elevarse y ya flota sobre el mar. Los tres niños sonríen, no me dejan solo. Yo trato de poner punto y final, pero no puedo, no soy capaz. Mejor dejaré aquí el lápiz y el papel. Dejaré sobre este banco estas letras, dejaré mis días de infancia, una pluma de loro, el viento barranquino y unos granos de maíz, para que nunca se les olvidé que una vez pisé la Tierra. Y mientras tanto seguiré volando y enamorado. Regresaré y seré todo vuestro, que remedio, pero flotando, revolucionado, convertido, pequeño, muy pequeño, y así, hasta que me pueda volver a subir, como una gota de agua, a otra nube.


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